“Twister” en Guaminí

En una de tantas tardes de mates y sueños, a comienzos del año 2000, salió el tema de los viajes cortos, improvisados, sin ningún objetivo más que el rodar por la ruta hasta un destino cualquiera. Buscamos un mapa de la Argentina y sin mirar hicimos contacto dedo-papel sellando un pacto de encuentro entre esa localidad y cuatro locos del camino.

El lugar que quiso tenernos de visita fue Guaminí, en el centro-oeste de la provincia de Buenos Aires. Salimos sobre el mediodía y enfrentamos los 520 km de viaje. Éramos dos hombres y dos mujeres dentro de un pequeño automóvil. Pasamos por Necochea, Tres Arroyos, Coronel Pringles, Coronel Suárez y finalmente nuestro destino: Guaminí.

Al llegar compramos comida y pedimos información a la gente local para encontrar el camino a las Lagunas del Monte, Cochico y Alsina. Anduvimos por un camino de tierra en malas condiciones y llegamos a una casa de campo donde nos indicaron el lugar para acampar. Al acercarnos a nuestra parcela de tierra nos recibió un rebaño de ovejas: todas sus cabezas orientadas a nosotros y todos sus pares de ojos clavados en nuestros ojos. Tratamos de instalarnos sin invadir su tranquilidad.

Apenas dio tiempo para armar las carpas y encender el fuego pues la noche había llegado un ratito después que nosotros. Cansados por el viaje no tardamos en dormir.

Fui la primera en despertar. El día espléndido, una brisa suave y fresca, el paisaje tranquilizador, dos caballos a orillas de la laguna conversaban en su idioma y todo un día al aire libre por disfrutar.

Mates, sol, conversación y el dueño de la casa de campo nos llevó a dar una vuelta por la laguna y una pequeña isla. Fue un día minimalista, lo básico estuvo bien, no necesitamos más para pasar una linda jornada.

Al caer el sol comenzó a soplar un viento de tormenta y el cielo se puso gris. Decidimos regresar a Mar del Plata previendo que la lluvia nos sorprendiera en medio de la noche anegando el lugar y los caminos.

Nos despedimos de la gente de la casa y salimos traqueteando por el caminito de tierra y piedra. Llegamos a la estación de servicio YPF del entronque de rutas y mientras cargábamos gasolina el muchacho que atendía nos dijo que se venía el agua, que tuviéramos cuidado, que el viento de la zona, que otras veces ha pasado…. casi casi nos dijo que seríamos parte de la versión pampeana de “Twister” y logró inquietarnos. Nunca supimos si lo dijo convencido o nos estaba chamaqueando.

El regreso de noche estuvo tranquilo, no llovió, ningún tornado tocó tierra y seis horas de carretera nos pusieron de nuevo en Mar del Plata. Fue un viaje sin sentido pero no por eso menos recordado. Viajar siempre es lindo, tratar de abarcar lo inabarcable y sentir que mientras estamos en movimiento todo es posible.


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