El escritor argentino y la escritora y fotógrafa estadounidense Carol Dunlop viajaron durante 33 días desde París hacia Marsella por la Autopista del Sur en una combi Volkswagen roja llamada Fafner.
Este libro escrito como un desafío viajero y fantástico también cuenta una historia de amor y es una triste despedida. En 1982 Julio Cortázar y su esposa Carol Dunlop decidieron recorrer a bordo de su combi la autopista que conecta París y Marsella con una consigna: no salirse de la autopista antes de haberse detenido en la totalidad de los paradores que encontraran a lo largo de sus 800km.
No solo se cuentan detalles de cómo se aprovisionan, se asombran, conviven y se aman los viajeros. También asistimos al último «viaje» de esta pareja. Carol murió antes de llegar a ordenar los textos y Julio tuvo que terminar solo la revisión para su publicación. El viaje tuvo lugar entre mayo y junio de 1982 y Carol murió en noviembre de ese mismo año. Julio Cortázar murió poco después, el 12 de febrero de 1984.
Cortázar le había cedido los derechos a Mario Muchnick, director de Seix-Barral para que el libro fuera publicado en una edición de lujo. Cuando Muchnick fue despedido, Cortázar hizo suspender la impresión del manuscrito diciendo que él había entregado los derechos a una persona no al Grupo Planeta. De esta manera el libro finalmente fue publicado por Muchnick Editores y los derechos de venta donados al pueblo de Nicaragua.
La combi se llama Fafner en referencia al dragón a las obras del compositor alemán Richard Wagner.
El libro en sus propias palabras:
«Dedicamos esta expedición y su crónica a todos los plantados del mundo y en especial al caballero inglés cuyo nombre no recordamos y que en el siglo dieciocho recorrió la distancia que va de Londres a Edimburgo caminando hacia atrás y entonando himnos anabaptistas.»
«Pierre, nuestro guía alpino, que se ha curado de su penoso mareo y ha recomenzado a escribir sus memorias, viene a pedirme que le preste «la que aleja las palabras». Me lleva un tiempo comprender que se trata de una goma de borrar.» (Jean Charcot, Autor de Polo Sur)
«De alguna manera probar que podíamos llevar a cabo este viaje era probarnos que teníamos armas contra lo tenebroso (…) la banalidad de las obligaciones cotidianas, esos compromisos que no significan nada en sí mismos pero que en conjunto alejan cada vez más de ese centro donde cada uno espera vivir su vida.»
«Escribir. Pero tal vez no directamente: los acontecimientos necesitan un poco de tiempo para volverse palabra. Como si su sentido, e incluso su forma, debieran recorrer un largo camino interior antes de encontrar su cohesión.»
«Diario de Ruta
(…)
11h. ¡Gran asombro! Llega Nicole Adoum, en viaje a Suiza. Nos trae cerezas y cariño.»
«…Nicole Adoum, que con gran naturalidad nos explicó que tenía que ir al dentista (o sea desde París hasta algún lugar de Suiza), y que en vista de eso decidió comprar unas cerezas y buscarnos en todos los paraderos, razón por la cual su autito se pasó tres horas entrando y saliendo de la autopista como una aguja en plena costura.»
«Anoche, en nuestro primer motel tan ansiado por razones de ducha y de buena cama, gozamos por unas horas de todos los privilegios tecnológicos, gastronómicos e higiénicos de una instalación moderna. La TV al pie de la cama nos puso ante los ojos escenas de la guerra de Malvinas, aboliendo la distancia con la naturalidad displicente de las máquinas electrónicas. Botones, llaves, grifos, cada implemento nos fue proporcionando su cuota de comodidad, mientras colchones y almohadas proponían la dulce trilogía del amor, el descanso y el sueño.»
«No soy malo, creo, pero nunca me niego a una venganza justa, aunque solo sea mental. Pienso que es posible proyectar un deseo y que de alguna manera se cumpla, así como Keats dice en una de sus cartas que siempre es bueno hacer profecías porque éstas se las arreglan después para cumplirse por su propia cuenta.»
«Diario de Ruta
(…) damos de beber a Fafner (gasolina ordinaria, puesto que es un dragón de costumbres sencillas)»
«Todo esto no alcanza a fijarse demasiado en un viaje rápido, en el que los parkings son apenas el alto higiénico o gastronómico; nadie va a entrar en comparaciones detalladas con respecto a los paraderos precedentes ya que, con perdón de la autoparáfrasis, todos los parkings el parking.»
«…apenas el sol hace su primer saque a lo Bjon Borg y nos planta su gran pelota amarilla en pleno paradero, corremos a buscar la sombra y el triángulo calor-árbol-viajero se cierra una vez más aquí como se estará cerrando en tantos otros puntos de la vasta esfera. (…) nos sentimos vivir con esa intensidad que sólo puede dar el hecho de no estar haciendo nada, sensación cada día más ignorada en la vida corriente, y cuyas consecuencias los entendidos envasan en una breve pero ominosa palabra, stress.»
«Es que los parkings no son otra cosa que el vacío con decorado.»
«Viajamos a 30 o 40 kilómetros por hora después de haber sobrespasado el paradero cerrado, como para hacer durar el verdor que se tiende hasta perderse de vista a uno y otro lado de la autopista, buscando ese no estar en ninguna parte que de pronto parece tan agradable.»
«…y la siesta que sigue a todo eso, la del amor que es la más honda de las siestas allí donde los cuerpos entran en su reposo de hermanos siameses, brazos y muslos y manos cruzándose, imbricándose en la pérdida final de toda identidad, nirvana de almohadas confusas, de atorbellinadas sábanas.»
«Evidentemente en esta vida nunca se puede contar de veras con los planes que se hacen. Se diría que el destino lo hace a propósito para echarlo a perder enseguida. De la misma manera uno cree conocer a la gente con la que se ha vivido tantos años, y de golpe te enteras que no sabías nada de ella cuando ya es demasiado tarde para hacerle preguntas.»
«…todo perro sabe muy bien quiénes son los humanos que aman a los perros…»
«Hasta ahora habíamos sido siempre David contra Goliath: ¿Qué puede un Ranualt5 o incluso un tremendo Porsche a la hora en que un camión con remolque lo precede, otro lo sigue a diez metros y le mete en el retrovisor su enorme cara de gigante amenazador, mientras un tercero lo pasa haciendo temblar el espacio y soltando horrendos bufidos? Es así que los usuarios de las autopistas no tardan en contraer un complejo poco estudiado por Freud, la camionofobia aguda, que sólo se cura comprándose un camión para entrar en el bando del enemigo (esto en psicoanálisis se llama transferencia) o tomando el tren.»
Post-scriptum, diciembre de 1982
El libro termina con el texto que se lee en el siguiente video:
El artículo "Los autonautas de la cosmopista - Julio Cortázar y Carol Dunlop", publicado en http://www.patadeperroblogdeviajes.com pertenece a Paula Ithurbide. Es necesario el consentimiento expreso de su autora para la publicación o reproducción, parcial o total, a través de medios impresos, online o a través de cualquier otro medio o formato.